Orígenes de la Congregación

Una epidemia, un gesto, una palabra y un nacimiento.

Sucedió en Tucumán, una de las provincias más pequeñas de Argentina, al norte, camino a Bolivia…Era el mes de diciembre de 1886, la ciudad apestaba, la epidemia de cólera causaba estragos, “familias enteras se extinguían víctimas de la peste. El aspecto de la ciudad era de una gran desolación (…) A los muertos los llevaban almacenados, como se trasladan de una parte a otra las bolsas de azúcar u otra mercancía cualquiera en los carros. En las calles grandes fogatas encendidas para purificar el ambiente y en las que se arrojaban grandes cantidades de azufre, alquitrán y otras sustancias desinfectantes, aterraban el ánimo y hacían pensar en el juicio de Dios. ¡Era un horror ver el estado en que se encontraba la ciudad!”

A pesar de que se habilitaron hospitales y lazaretos, se llenaban con desconsoladora rapidez. Los moribundos dejaban sin hogar una multitud de niños y niñas. Todos temían verse víctimas del cólera, no se animaban a socorrer y menos a recoger a los niños huérfanos por temor a llevar la peste a sus casas. Fray Boisdron un dominico francés radicado en Tucumán, contemplaba con gran dolor y amargura los momentos tan penosos que pesaban sobre la ciudad y buscaba cómo poder ayudar a los niños huérfanos. Decide entonces solicitar apoyo a Doña Elmina Paz de Gallo una mujer de gran fortuna, quien recientemente había enviudado y se encontraba en una finca en las afueras de la ciudad, buscando un espacio de tranquilidad.

Boisdron le comparte su aflicción de no poder solucionar en algo la situación, proporcionando a los niños pobres un hogar para salvarlos de la terrible epidemia. En el relato biográfico, Tomasa Alberti recupera los diálogos entre el fraile y Elmina:
– “Usted Señora ¿no podría hacer algo por estos pobres niños? Ella calló un instante y contestó:
– Mi Padre, a los niños pobres los ayudaré, no solo con dinero, sino con mi persona. Yo los cuidaré mi casa será la de ellos”.

A partir de este momento, Elmina Paz abandona la vida tranquila en el campo y se traslada a la ciudad para transformar su casa en una casa para otros, pars ello contó con la ayuda de un grupo de amigas.
Sus palabras constituyen una acción en sí misma, dieron sentido al mundo y expresaron responsabilidad respeto de él.

La acción de Elmina necesitó de la presencia de los otros, la acción jamás puede tener lugar en el aislamiento, ya que aquel que empieza algo, solo puede acabarlo cuando consigue que otros lo ayuden, es imposible actuar sin amigos.

Acabada la epidemia, Elmina y quienes se unieron a ella de un modo más cercano decidieron fundar un comunidad religiosa para continuar un proyecto en común de consagración que asumiera el carisma de la Orden Dominicana.

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